Por Alberto Benza González
Lima, ciudad eterna, se despliega ante mis ojos con su encanto indomable. El sol ardiente ilumina sus calles polvorientas, mientras las sombras de sus casas coloniales se alzan imponentes, custodiando los secretos del pasado.
Las avenidas rebosantes de vida nos sumergen en un torbellino de colores y sonidos. El tráfico bullicioso se mezcla con el canto de los vendedores ambulantes, ofreciendo sus mercancías con entusiasmo contagioso. Los aromas exquisitos de la gastronomía peruana se entrelazan en el aire, despertando los sentidos y tentando al paladar.
Y al caer la noche, la ciudad se transforma en un escenario de luces. Los balcones adornados de flores se iluminan, creando un paisaje mágico. La música se escucha en las calles, invitándonos a bailar al compás de la vida. Los bares y discotecas vibran con energía, ofreciendo un refugio para aquellos que buscan la diversión y el escape.
Lima, ciudad de contrastes y contradicciones, donde la modernidad se entrelaza con la tradición ancestral. Tu historia se cuenta en cada rincón, en cada piedra antigua y en cada sonrisa de tus habitantes. En mi memoria, guardaré siempre la imagen de tus calles llenas de vida y tu espíritu inquebrantable.