Por Alberto Benza González
La vida, como una sinfonía en constante evolución, nos lleva por armonías y disonancias, por momentos de risa y lágrimas. Es en este vaivén que encontramos la esencia misma de nuestra existencia.
En el transcurso de la vida, nos cruzamos con otros viajeros. Algunos nos acompañan en el camino, compartiendo risas y lágrimas. Son compañeros de viaje que dejan una huella imborrable en nuestro corazón. Otros aparecen fugazmente, como estrellas fugaces que iluminan brevemente nuestro horizonte. Cada encuentro nos enriquece y nos transforma, tejendo una red de conexiones que nos sostiene y nos guía.
La vida nos desafía a descubrir nuestra verdadera vocación, nuestro propósito en este vasto universo. Buscamos en lo más profundo de nuestro ser, explorando nuestras pasiones y talentos. A veces, encontramos respuestas claras y definidas; otras veces, nos perdemos en un laberinto de incertidumbre. Pero en cada paso dado, nos acercamos a nuestra propia realización, a la plenitud de ser quienes realmente somos.
La vida, en su fragilidad y belleza, nos desafía a vivirla con intensidad y gratitud. Nos invita a abrazar las alegrías y a aceptar los desafíos con valentía. En cada latido del corazón, en cada respiración profunda, encontramos la oportunidad de escribir nuestra propia historia, de dejar una marca en el mundo.