Por Alberto Benza González
En los días llenos de sol y travesuras de la infancia, los amigos del colegio Mayupampa se alzan como hermanos en un abrazo eterno. Sus risas entrelazadas y los secretos compartidos se convierten en la base de un vínculo indestructible. El tiempo puede llevarlos por caminos diferentes, pero sus corazones siempre sabrán dónde encontrar el refugio de la amistad.
Cuando los años se suceden como páginas de un libro, es una delicia reencontrarse con aquellos compañeros de juegos y risas. El tiempo se desvanece en un instante, y somos transportados a la juventud efervescente, cuando el mundo era un lienzo por explorar y nuestras esperanzas se alzaban como cometas en el cielo.
Las historias se entrelazan en nuestra memoria, como hilos de una madeja antigua. Recuerdos de travesuras compartidas, de grandes maestros y pupitres gastados. Ese compañero valiente que desafió al patio de juegos con su audacia, o aquel amigo generoso que siempre compartía su merienda con una sonrisa.
La vida ha seguido su curso, y cada uno ha encontrado su propio sendero. Algunos han abrazado carreras brillantes y éxitos deslumbrantes, mientras que otros han optado por la tranquilidad de la vida cotidiana. Pero más allá de las diferencias, la chispa de la amistad sigue ardiendo en lo más profundo de nuestros corazones.
Nos encontramos de nuevo, con risas que reviven los ecos de nuestra juventud. Nos reconocemos en las arrugas que han dibujado nuestras experiencias, en las canas que han teñido nuestros cabellos. En cada abrazo sincero, en cada mirada llena de complicidad, encontramos la certeza de que la amistad perdura a través de los años.
Así, en el abrazo cálido de los amigos del colegio Mayupampa, encontramos la certeza de que el tiempo no puede borrar los lazos que nos unen. Siempre será un placer volver a verlos, para revivir momentos de complicidad y compartir las alegrías y tristezas que la vida nos ha regalado. Porque su amistad es para siempre.