Por Alberto Benza González
El llanto de un hombre, melodía sin partitura,
se desliza en susurros y se esconde en la penumbra.
En cada gota derramada, se desvelan sus anhelos,
sus temores desgarrados y sus sueños marchitos.
Sus lágrimas son tinta que tiñe las palabras mudas,
poesía en los ojos, que pide ser leída y entendida.
No es un signo de debilidad, sino de valentía sin límites,
un acto de resistencia ante la opresión de las emociones.
Y en ese llanto, encontramos la esencia misma de la humanidad,
la fragilidad compartida, el valor de mostrarse desnudo.
Un hombre que llora es un ser que se atreve a sentir,
a romper los moldes impuestos, en busca de su propio escudo.